DE ZAPATOS Y LLAVES
- Agustín, córtale el dedo - y Agustín se lo cortó.
Fue lo último que
llegó a oír María D'Cos antes de desmayarse al ver la falange de su pulgar
amputada de un solo golpe.
Al despertar
seguía delante de los dos abuelos en lo que parecía ser la trastienda de una
zapatería. Se había vomitado encima y también pudo notar como sus bragas
estaban empapadas de orín. En su mano derecha, el hueco que antes ocupó su
pulgar había sido precintado con cinta americana sobre un trapo blanco.
Una avalancha de
imágenes paso por su cabeza, lo que hizo bombear aún más fuerte la sangre
aprisionada bajo el sórdido apósito.
Para ella, todo
comenzó hace una semana.
Al llegar a casa
en el coche oficial fue acompañada por su escolta hasta la misma puerta. Allí
se despidió de él y, con una mirada de complicidad, lo vio marcharse por las
escaleras tras revisar el pasillo y el ascensor. Un pitido sonó al detectar su
tarjeta y después pudo abrir la puerta con la llave. Lo primero que vio en el
recibidor fue un zapato rojo de charol con un sobre dentro. Pensó que sería una
broma de su marido, muy dado a extravagancias que solían tener un alto
componente sexual, por lo que abrió el sobre excitada.
El pequeño sobre
contenía una llave que le era familiar. Era la llave de su casa. No entendía
nada de aquel juego, miró al suelo y vio el zapato de charol rojo que faltaba.
Estaba lleno de llaves. Las examinó y comenzó a preocuparse al leer las
direcciones que aparecían en las llaveros porta etiqueta de cada llave. Eran
las llaves de todas las casas en las que había vivido desde que se licenció en
la facultad. Todas.
Intentó sacar
alguna conclusión de todo aquello, pero no parecía tener sentido alguno. Con un
descuidado movimiento tiró el zapato quedando de costado en el suelo, lo
levantó y en la suela puedo leer: "Estamos tan pegados a ti como la suela
de tus zapatos". Bajo la inscripción aparecía sellado en color azulón un
zapato sobre con una llave antigua, como las de forja, creando una extraña
composición asimétrica.
Presa del pánico,
se sacó torpemente los botines que llevaba puestos donde encontró la misma
impronta. Se dirigió a su armario y comenzó a mirar las suelas. Comenzó a
lanzar zapatos, botas y botines contra la pared de falso espejo que cubría todo
un lateral de su habitación, ese tras el que miraba su marido mientras ella se
daba a placeres orgiásticos de insospechado origen. Todas las suelas llevaban
la misma marca.
***
- Fermín, ¿no crees que estamos
demasiado mayores para esto? Hace décadas de la última venganza. Desde entonces
el negocio de los zapatos y las llaves nos mantiene en una posición de poder
privilegiada, hasta hemos entrado en esto de las franquicias. Aquella vez sólo
tuvimos que poner un explosivo debajo del coche de aquel cabrón que terminó en
el patio de los jesuitas, pero quieres secuestrar y torturar a una mujer sin
pedir nada a cambio, sólo por lo que tú consideras justicia.
-
Joder qué cabrón el Padre Francisco - musitó Fermín mirando al techo -, cómo
nos ganó las diez mil pesetas cuando dijo que prepararía el explosivo de manera
que el coche fuera a caer en su patio y así poder deshacerse de pruebas que nos
implicasen. Y cómo le gustaban Los Salvajes, de seguir vivo estaría todo el día
escuchando a Guadalupe Plata.
-
Yo me lo paso mejor con cualquier disco de Seasick Steve, pero no es el momento
de hablar de eso. No creo que nadie nos apoye en esto. Nos encontrarán. Sabrán
que hemos sido nosotros y nuestra tela de araña desaparecerá sin que nadie
pueda volver a tejerla.
-
Me importa una mierda - dijo serio Fermín -. No hay nadie más que pueda
hacerlo. Quiero pensar en esa zorra poniéndose los zapatos con calzador cada
mañana el resto de su vida sólo con sus dedos anulares. Ocho dedos, uno por
cada año jodiendo a la gente.
-
¿Y nosotros?, ¿nuestras familias? Cuando hayas acabado con tu venganza no
quedará en pie ni un negocio de zapatero y copia de llaves. Todo se va a desmoronar
por un escarmiento a una figura pública.
-
Es mucho más que eso Agustín - tras un silencio esbozó una sonrisa que parecía
nacer en el mismo infierno -. Sabrán lo que es el miedo, y ya va siendo hora de
que lo sepan. ¿Está insonorizado el taller de "El rápido"? Vamos a
necesitar un buen acolchado para cuando esa perra vea su mano atada al
"burro", y algo más para cuando escuche como cruje su hueso como un
cascarón de nuez con el primer golpe.
-
Joder, ¿"El rápido"?, tendrás que especificar más, debe de haber así
como cien zapateros que tengan ese cartel, rojo sobre blanco, de esa manera en
nuestra red.
-
Sólo hay uno para lo que quiero. El taller de Juan Miguel Esparcia, el de
Albacete. Perenne, con su levita azul y el puro medio apagado al lado de la
máquina de hacer llaves. Escuchando esa música maquinera que a saber de dónde
coño se ha sacado, sus gafas de montura color miel de romero pendiendo del
cordel y la pila de bolsas de supermercado con los encargos escritos a boli.
-
Menos mal que lo conozco desde crío - dijo Agustín con cara de sorpresa -, si
no es por el apellido sería imposible distinguirlo con lo que me has dicho.
Todos son iguales.
-
Claro cojones, ya nos encargamos de que todo sea así. Pese al paso del tiempo.
¿O acaso hay algún zapatero que no vaya de azul y que no tenga máquina de
copiar llaves?
-
No, no lo hay. Lo intentó aquel chino y nunca más se supo de él. Échale mafia
china a los zapateros - sentenció Agustín -.
-
Está bien lo quiero todo listo para el próximo martes -.
***
Estaba inmunizada contra las
cartas de amenaza. Desde que comenzó a llevar la defensa de empresarios metidos
en el blanqueo de dinero las amenazas llegaban a sus manos como publicidad del
Media Mark. Hacía ya años, desde que comenzó a ocupar altos cargos, que su
equipo de seguridad se encargaba de eso, pero desde el día de los zapatos había
pedido expresamente que le pasaran cada carta y cada correo que pudiese ser
sospechoso. Buscó el símbolo del zapato y la llave sin ningún resultado. De
esta manera, no se pudo imaginar que cuando se quedó encerrada en el ascensor
del Palacio de Congresos, el técnico que logró entrar dentro del habitáculo
para poder liberarla, pulsase la tecla del sótano 2 donde la esperaban dos
jóvenes que la subieron a tirones a una vieja C15. Le cubrieron la cabeza con
un saquito de cuero y arrancaron.
-
Ya podéis quitarle la capucha. Buen trabajo chicos, decidle a mi nieto que se
deshaga del coche - María D'Cos vio como el técnico del ascensor desaparecía
tras unas cortinas junto con el otro chico que iba a su lado en el coche
mientras ella se esforzaba por gritar amordazada con cinta americana. Se quedó
frente a dos ancianos que la escudriñaban tras sus lentes.
-
Hola hija de perra - saludó Fermín -. En este momento te estarás preguntado qué
coño haces con la boca precintada enfrente de dos viejos. Puedes estar
tranquila, no te vamos a violar. A mi amigo no se le pone dura y a mí no me
gustan las tías que visten con abrigos de piel de zorra, además ya te he visto
follarte a un senador sexagenario; detrás del espejo, al lado de tu marido.
-
Señora, yo no apruebo todo esto. Pero se lo ha buscado. Y deje de hacer fuerza,
no le vamos a quitar la mordaza. No pedimos ningún rescate, ni chantaje
político, ni nada por el estilo. Es una advertencia para todos los de tu calaña
y tú vas a hacer de valla publicitaria. ¿Voy a por el martillo y el formón?
-
Sí, tampoco podemos dilatar esto mucho más, deben de estar buscándonos por todo
Albacete.
María
D'Cos vio como el mayor de los dos abuelos salía por detrás de ella. Con sus
ojos pidió clemencia pero sólo encontró una mirada de asco por respuesta.
Escuchó un escarbar entre herramientas y los pasos de vuelta al poco tiempo
interrumpidos por un correr de cortina pesada. Entre tanto el otro abuelo la
miraba sin decir nada, parecía estar frente a un juez del infierno que ya
conocía todos sus pecados, y ante el que sabía que no tenía nada que alegar.
Ante sus ojos quedó un martillo de zapatero remendón y un formón utilizado para
dar forma al interior de los zapatos. Esto no lo sabía ella, pero ya se encargó
de explicárselo Fermín mientras afilaba en una piedra la punta del formón.
-
Al final, habéis hecho que seamos los jubilados quienes nos dediquemos a daros
por el culo. No tenemos ya nada que perder y tampoco estamos para represalias
ni moralismos. Deja ya de hacer fuerza mujer.
Aprisionaron
sus mano derecha encima del "burro" con unas correas.
-
Tampoco he preparado discurso ni tengo ningún mensaje, no hace falta deciros
que sois unos cabrones y eso vale un precio. Ah bueno sí, uno. Dile a tu jefe,
sí, a Don Marino, el del clan de Los Gallegos, que le estoy preparando unos
zuecos de madera rectangulares por dentro, pues le pienso sacar con una gubia
los juanetes y alinear cada curva de sus pies para después sellárselos con cola
de contacto dentro del zueco. Le van a tener que serrar los tobillos para
sacárselos. Si esto sigue así, él va a ser el próximo. Bueno ya está bien de
charla. Agustín, córtale el dedo - y Agustín se lo cortó.
Después Fermín
le cortó los otros siete y la dejaron, con zapatos nuevos, en el pincho de la
feria. Eran las cuatro de la tarde.
(Relato escrito exclusivamente para el Reto Fanzine 2014 incluido en el Fanzine "La Gallina" dirigido y editado por Juan García Rodenas. Texto original de Rafa García)